Uno

Para ser honestos, Kalimán es un tipo feo, muy feo. Él mismo me lo dirá apenas se aparezca por el paupérrimo bar y regañe a una joven prostituta que ha perdido ya lo mejor de ella. Por eso, porque Kalimán es feo, le preguntaré cómo fue que se convirtió en padrote. Él soltará una sonrisa ambigua y contestará con un rústico lenguaje: “La medecina, mi buen, la medecina”. Creeré que habla del viagra, pero no. Kalimán aludirá a un menjurje del que sólo sabrá que provoca vómitos y diarreas interminables. “La medecina se lo doy a las viejas en el trago o en la comida, y nunca me han abandonado las cabronas”.

—¿Es brujería? —lo interrumpirá su compadre, un politiquillo que me llevará con Kalimán.
—No, compadre. Nosotros le encomendamos la medecina a la Santa Muerte. Brujería sería otra cosa, ¿que no? —y Kalimán nos mirará como buscando complicidad. A mí sólo se me ocurrirá preguntarle si la medicina es la única carta que se juegan los padrotes.

—Bueno, el verbo también importa un chingo y yo tengo harta saliva, ¿verdá, compadre? —dirá Kalimán cuando se desabroche los tres últimos botones de la camisa y deje al descubierto la medalla de la Santa Muerte que siempre trae colgada al cuello—. Cuando encuentro buena mercancía, lo primero que hago es terapiarla, le digo que es lo mejor que me ha pasado, que vamos a tener hijos y viviremos como Dios manda. O sea, entusiasmas a la vieja, la haces vivir tus sueños pa’que ella no tenga. En dos meses, y no más porque’ntonces eso ya no es negocio, la consiento, le regalo flores, ropa, dinero. Luego visito a sus papás y a ellos les llevo una despensa o cosas que me hagan ver como un güey buena onda. Veo sus necesidades y de ai me agarro pa saber si nomás me robo a la vieja o me caso con ella. Puro verbo, ¿verdá, compadre?

—¿Y después, Kalimán?
—Después te casas por todas las leyes y enseguida la vistes de puta. Ora que si no quiere putiar por las buenas, la madreo o le digo que voy a ir a matar a sus papás. Y ella, como además se siente manchada porque ya la desfloré, pos se queda.

—¿Nunca te has enamorado de una de tus mujeres, Kalimán?
—Nunca. Aquí debes matar el sentimiento, porque el que tiene corazón de pollo, fracasa, la caga.
Todo eso, sin embargo, lo sabré hasta dentro de unos días, cuando Kalimán regrese de Nueva York, donde prostituye a dos de sus esposas. Ahorita, por lo pronto, estoy con un abogado que usa un reloj de tres mil dólares, y que por no menos de cien mil dólares suele defender a los lenones. “Desde hace mucho le escupo a la ley en la jeta”, me dijo apenas lo saludé y yo lo vi como un descaro que se salía de todo libreto.

Probablemente este abogado merece que le retuerzan el pescuezo. Pero tendrá que ser en otra ocasión. Esta noche ha aceptado ser mi Marco Polo en San Miguel Tenancingo, la Meca de los padrotes.

Dos

El abogado enciende las luces del auto y pone el drive. Para empezar se dirige a lo que acá llaman la Vía Corta, una carretera mordisqueada que une a Puebla con Tlaxcala. “Desde este semáforo vas a ver paradas a las putitas”, dice el abogado como si putitas fuera su única manera de llamar a aquellas jovencitas con los senos y la esperanza a la deriva. Jovencitas de pueblos de Oaxaca, Chiapas, Veracruz y de Guerrero que trabajan hasta veinte horas al día y que, seguro, han abortado al menos en una ocasión. “En todos los bares y hoteles que ves sobre la carretera, están sus padrotes, desde ahí las están checando; a esos cabrones no se les escapa nada”. La comodidad de los clientes, sin embargo, sí se les escapa: los hoteles son cuartuchos donde apenas caben los bichos y las sábanas hierven a escabiasis. En esta parte del mundo, coger suele ser muy desaseado. Por cinco dólares no se puede pedir más. Ahora el abogado da un volantazo y toma camino hacia Canoa, ese pobre pueblo donde hace 44 años un alocado párroco incitó a los pobladores para linchar a cinco universitarios. Vamos a Canoa porque, al parecer, la muerte no ha parado de trabajar: las leyendas dicen que en el bar El Paso Texas fueron asesinadas muchas mujeres que se negaron a abortar.

“A mí no me consta”, dice el abogado cuando paramos frente al bar. “Las cruces que están clavadas en la puerta son porque unos padrotes se agarraron a balazos; uno le quiso bajar a la vieja al otro y aquí una putita es oro molido”, dice el abogado mientras mira aquella construcción sin consistencia, rodeada de maizales y mucho silencio. Si aquí han asesinado a algunas chicas, muy probablemente nadie las escuchó.
Acelerar.

Entonces llegamos a la calle Ayuntamiento. “Bienvenido a Tenancingo”, dice el abogado y, según su cultura, me cuenta qué significado tiene en náhuatl la palabra Tenancingo: “Aquí se trata a las señoritas como putas y a las putas como señoritas”. Sin duda, el trabajo de este abogado también consiste en hacerse odiar.
Conforme avanza el auto, el abogado va hablando como esos guías que al turista le cuentan las historias como si trajeran una grabadora en la boca. “En esa casa, la que está a tu izquierda, vivió el Güilo, dicen que fue el más chingón de Tenancingo, pero yo conocí a otro padrote que también se creía el nomber guan. Los dos eran unos cabrones; llegaron a tener más de diez esposas y todas vivían juntas”. La casa que estamos viendo es muy parecida a las de la mayoría en Tenancingo: absurdas, enormes porque ellos se sienten grandes, costosas y de muy mal gusto. Un arquitecto poblano me dijo que algunos padrotes han gastado hasta dos millones de dólares en una sola construcción, que por dentro los acabados son necedades y que incluso unos tienen tigres de bengala, elevador y piscina. El abogado ha entrado a algunas de esas propiedades. De una recuerda que tiene cuatro pisos, pero subterráneos. De otra se acuerda porque, sobre el piso de la sala, el padrote grabó en oro las iniciales de sus apellidos. Hay otras, según él, que tienen gimnasios y hasta pequeñas salas de cine. Pero la que nunca olvida es una donde todo es de mármol. “En ésa, las gallinas y los marranos se la pasan cagado los muebles”.

Ahora avanzamos por la calle Reforma, justo frente a la iglesia de San Miguel Arcángel. “Por esta calle vivía don Fausto”, me dice el abogado. “Ese viejo fue de los primeros en traer argentinas y rusas; yo vi cuando las dejaba morir de hambre; las amarraba ai en su casa”. Quiero indignarme con ese tal don Fausto, pero el abogado ya está hablándome de los niños aquellos de la esquina, los que no han dejado de vernos. “Son halconcillos”, dice el abogado como si estuviera platicando de la lluvia que se avecina. “El sesenta por ciento del pueblo se dedica a la trata de blancas, así que imagínate si no van a estar cuidando quién entra y quién sale”. Si el abogado no miente —y al parecer no lo hace— casi seis mil habitantes, de una u otra forma, trabajan en este negocio. De éstos, según las estimaciones de autoridades de Tlaxcala y de los propios habitantes de Tenancingo, unos tres mil son padrotes. “Tres mil cabrones que necesitan a gente como yo”, me dice el abogado y yo evocó un dato que ha dado el Centro Fray Julián Garcés, el único socorro que tienen en Tlaxcala las mujeres que quieren huir del padrote: de 120 denuncias que ha habido este año, la procuraduría del estado sólo ha atendido cuatro casos.

—Leí que el alcalde anda enojado, que le parece muy injusto que Tenancingo esté marcado —le digo al abogado.
—Este pueblo tiene gente muy buena, la verdad, pero qué se le hace cuando la mala es más.
Otra vez a acelerar.

Hotel. Casa. Otro hotel, que más bien parece un campo de refugiados, y después vienen unos baños públicos de vapor, cuyos dueños le encontraron uso de hotel. Entonces recuerdo la historia de cómo este pueblo se convirtió en la Meca de los padrotes:

Años 60’s: la industria textilera en Tlaxcala se hunde, las mujeres emigran a la Ciudad de México, se contratan como sirvientas, y los hombres se van a Estados Unidos a sudar como una regadera. Años 70’s: los hombres de Tenancingo, San Luis y Zacatelco, todos en la zona sur de Tlaxcala, no quieren resignarse a la mediocridad y vuelven del primer mundo a sus pueblos. Traen ideas revolucionarias: prostituir a sus esposas, sus hermanas y cuanta mujer se les atraviese. Entonces la prostitución, como la miseria, se disparará en el campo. Hoy, la mayoría de los hombres de Tenancingo pueden tener las esposas que quieran, comprar a un policía y a un juez por el doble, vestirse de Lacoste, ponerse lucecitas en el pelo, colgarse mucho oro como si el que traen en los dientes no tuvieran suficiente, y presumir un Camaro del color más horrendo.

De nuevo a acelerar.
—¿Esas casitas de quiénes son? —le pregunto al abogado cuando casi salimos del pueblo.
—No son casitas, son mausoleos, es el panteón —responde y lamento haber hecho una pregunta tan imbécil—. Cuando un padrote muere lo entierran con sus joyas, su ropa y hasta le echan vino. Son igualitos a los entierros de los narcos, ¿a poco no?

—¿Y aquí no hay narcos?
—Todo está inundado de Zetas. Ahorita traen pleito. Los Zetas quieren quedarse con el negocio y los padrotes no aflojan. Ha habido mucho muertito, pero eso no sale en las noticias.

Comienza a llover. Habrá que regresar a Puebla. El abogado me irá contando la historia de un tipo minusválido que hace años controló la prostitución. Yo extenderé un viejo mapa de Tlaxcala y ahí, donde huele a podrido, escribo: Usted está aquí.

Tres

Puedes decir que tengo un tatuaje de la Santa Muerte, pero nomás. En este negocio he aprendido que la desconfianza es una virtú, así que ni lo tomes como un pedo personal. Me preguntas cómo le hago con las viejas y te lo voy a contar, rapidito: algunos padrotes se mueven en las centrales camioneras, como la Tapo o la Capu; otros en los antros o en las universidades de Puebla; unos se jalan pa los pueblos, pero yo no. Yo me muevo en las agencias de trabajo. Hay una en Puebla. Se llama Limpieza Profunda. Ai van un resto de viejas bonitas, jovencitas y con un chingo de carencias. Yo las analizo, las estudio bien pa encontrar a la más necesitada. Llego y le digo que ando buscando sirvienta, que salgo mucho por negocios y que la quiero de tiempo entero. Me la llevo a mi casa, en Tenancingo, conoce a mi familia y en poquitos días, después de que mi mamá y yo la terapiamos, ya es mi novia. En chinga me la llevo a Tijuana con el cuento de que allá tengo bisnes. La dejo en una casa con unas putas que la van terapiando y yo me salgo todo el día a jugar billar o a andar por ai con los amigos. Como a los tres o cuatro días le digo que me está yendo mal, que me siento frustrado, que la casa que le prometí no se la podré comprar. Como pa’ntonces ella ya está enculada y terapiada por las otras, me pregunta qué en qué puede ayudarme y es ahí cuando le suelto el sablazo y le digo que una comadre se metió de puta, pero nomás fue en lo que sacó pa comprarse su casa. Hay viejas que le entran en chinga al negocio, pero otras no, son como más necias. Y ai entra el plan b: más terapia. La aconsejan tu mamá, tus hermanas, tus primas. Todas le echan montón. Y así, de la nada, un día la vieja te dice que va, que se va a putiar, pero que lo hace por amor a ti. Tú le agradeces esa noche con harto setso, nomás que en el fondo sabes que ya se chingó. Ha habido viejas que me han reclamado y yo les he dicho:

“Yo nunca te obligué”. Y ellas, cuando ven cómo fueron las cosas, entienden que su único error fue ser pendejas.

(El padrote no hablará más. Lo veo irse con parsimonia, con la actitud de quien es incapaz de matar a una mosca. Nadie pensaría que este tipo moreno carece del menor sentido humano)

Cuatro

Mientras Kalimán llega al bar, hojeo la tesis de Óscar Montiel: Trata de personas, padrotes, iniciación y modus operandi. Entonces me imagino que los padrotes se sientan en fila y esperan su turno para hablar.
Leo el testimonio del Compa:

Una mujer puta es como mercancía para tu negocio. Así que pa que sea exitoso debes conseguir a mujeres jóvenes, señoritas, casi niñas, porque son las que más busca el cliente. Las jóvenes son inexpertas, se enamoran de ti, las haces a tu forma de pensar. Cuando se dan cuenta para qué las querías, ya pasaron tres años.

El Compa toma aire y en la siguiente página dice:
Debes buscar a paisanitas, mujeres humildes pa que te sea más fácil convencerlas. Ellas deben ser de otras partes, porque no hay que hacerle daño a tu pueblo. Hay mujeres, niñas bien, que se cotizan un chingo, nomás gastas lana con ellas y al final no quieren ser putas. Las paisanitas son otra cosa: una vez que ven el dinero ya es difícil que se salgan del negocio.

El Compa se ve ahora desplazado por el Santísima Verga:
Esta chamba es como cualquier juego, por ejemplo las canicas. En este juego, como en cualquier otro, si quieres ganar tienes que aprender bien las reglas y estar actualizado en las nuevas tecnologías para estar a la vanguardia…

Quisiera saber a qué se refiere con las nuevas tecnologías, pero Kalimán ha llegado al bar y hay que cerrar la tesis.

Cinco

Kalimán me repite que tenga cuidado: nada de nombres, nada de describir lugares. Supongo que no se molestará si digo que en ropa trae puestos unos dos mil dólares, aunque él la luzca como si se vistiera en una tienda de segunda mano. Sé que ha venido porque a su compadre, el politiquillo que ha sido el contacto, le debe un favor: ayudarle a congelar una investigación. Así que quién sabe si Kalimán está tan platicador porque ya pagó su deuda o porque todos llevamos un egocéntrico por dentro.

—Perdón que te lo diga —me disculpo—, pero por todo lo que he escuchado, se me ha ocurrido una definición de padrote: un tipo que es capaz de llevar a una mujer hasta el abismo.
—Es que tú, mi buen, lo estás viendo por el lado de la mujer, del sentimiento. Y no es así. Un padrote es un cabrón que trabaja con la necesidá. La necesidá de las viejas que no tienen ni pa comer. La necesidá del hombre. La necesidá de las pinches autoridades que, ora con esa puta ley de trata de personas, nomás encarecieron las mordidas. ¡Ochocientos mil pesos por librar cada operativo! Imagínate nomás. O sea, todo es necesidá. Hasta la mía, porque yo también debo comer —dice Kalimán y yo no sé si debo golpearlo o largarme de ahí.

—¿Desde cuándo quisiste ser padrote?
—Yo creo que desde que mi papá embarazó a mi amá. Neta, compadre, no se ría —y los ojos de Kalimán adquiren el típico aspecto distante de quienes se inventan una vida—. Yo apenas estudié hasta cuarto de primaria porque esto de ser caimán tiene, se podría decir, su adrenalina. Me acuerdo que le dije a mi papá y él en chinga me enseñó. Aprendí cómo se le debe hablar a estas viejas. O sea, con ellas uno nunca se disculpa. Ni madre. Ellas son las que deben entender que uno es la víctima. Pero te decía: cuando yo cumplí los trece, mi papá me dio a una jovencita pa que yo la taloniara. Así empecé.

—¿Y tu padre, aún vive?
—Sí, todavía lo tenemos, gracias a Dios. Él sí cuidó su dinero a sus mujeres. Te lo digo porque hay padrotes de la edá de mi papá que hoy no tienen nada. Se quedaron solos por cabrones, por no cuidar a sus mujeres ni a sus hijos. Ai andan pidiéndole a los nietos que les den consuelo.

—¿Tienes hijos?
—Seis. De una vieja son dos, de la otra son también dos, y con las dos viejas que tengo de putas en el gabacho tuve a las niñas.
—¿Alguno de tus hijos está en el negocio?
—Apenas al grandecito le di una chamaquita pa que la padrotiara. Yo quise que fuera a la universidá, pero me salió burro y flojo.

Ignoro si Kalimán es un mal padre. En un estudio, Proyecto de vida de niños y adolescentes de Tenancingo, respaldado por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y hecho en primarias y secundarias, uno de cada cinco chicos respondieron: “Quiero ser padrote”.

—No soy sacerdote ni juez, ¿pero, no piensas en tus hijas cuando te robas o te casas con una jovencita?
—¿Tú crees que no? Uno también sufre, es lo que te digo. Si ai luego las ando cuidando porque en el pueblo todos siempre se andan moviendo. Luego ves que la hermana de fulanito ya la trai de ficherita un güey. A otros les vale madre, ellos mismos sonsacan a sus hermanas o a sus hijas.

—¿Y a ti no te parecen nada raras esas costumbres?
—Pos es que desde que yo me acuerdo, así vivimos en el pueblo. Nadien nos dijo si esto estaba bien o mal. Nomás nos pusimos a’cer dinero, como en cualquier otro trabajo.
—Pero este no es cualquier otro trabajo, Kalimán. Es ilícito.
—Pos sí, pero alguien debe hacerlo.
—¿Cuántos años tiene la mujer más chica que prostituyes?
—Mmmm, catorce.
—¿Y la más grande?
—Veintiséis. Ya más grandes no ganan mucho dinero. Imagínate las develadas, la droga, el alcohol y el setso todos los días. Además, tienen que lidiar con mucho pervertido.
—¿Cuánto dinero te da a ganar una mujer al día?
—Depende. Las ficheritas andan en unos ochocientos. Las putas sacan de dos mil a cuatro mil pesos. Te digo que depende. En Estados Unidos me va mejor. No sé si sepas, pero los de Tenancingo estamos en Los Ángeles, Nueva York, Jiuston, en hartas ciudades. Todo es una pinche red de la que no te voy a hablar. Nomás te digo que un día una puta está en La Merced y al otro anda trabajando en Japón.
 
—¿Y cuánto dinero le das a cada una de tus mujeres?
—Nada. Una mujer con dinero es peligrosa. Se te van luego y tú pierdes toda la inversión que hiciste en ella.
—¿Se puede saber qué le dijiste a la chica, cuando entraste al bar?
—Que cobre bien. Es que como están acostumbradas al setso por amor, pos no cobran lo que deben y uno nomás pierde.

Kalimán se marcha y a mí me queda claro que un padrote nunca se enamora.